miércoles, 16 de diciembre de 2015

EL YACIMIENTO DEL CERRO DE LOS SANTOS



   El Cerro de los Santos se halla enclavado en el término municipal de Montealegre del Castillo (Albacete), si bien casi lindando con el de Yecla, en la provincia de Murcia. Se trata de una pequeña elevación de terreno (exactamente 721 m. sobre el nivel del mar) que emerge sobre la “Cañada de Yecla”, junto a la carretera comarcal que une ambos pueblos. La forma del promontorio calizo es alargada, con una pequeña prolongación en dirección norte-sur de unos 200 m. de longitud, en cuyo extremo septentrional se localizaba un pequeño templo. Junto a él, en su parte sudoriental, hay otra elevación llamada “Cerro de la Cañada”, en la que también se constataron vestigios arqueológicos. 


 En la actualidad el terreno presenta una escasa vegetación, de hecho la roca madre aflora en superficie a menudo. Sin embargo en la antigüedad el Cerro estaba recubierto por un tupido bosque.
 Además de las características naturales del paraje, que le harían propicio al ejercicio de la religiosidad ibera, estrechamente ligada a la naturaleza, el emplazamiento del santuario dentro de la vía Heraclea lo sitúa en un lugar estratégico de paso desde el Levante al interior de la península o en el caminar hacia las tierras andaluzas pasando por Sierra Morena. Esta ruta, cuya relación interregional es un hecho, como el contacto externo evidenciado por los testimonios griegos presentes en el territorio (cerámica, bronces y alfabeto jónico), está jalonada por abundantes restos escultóricos: Játiva, Mogente, Fuente la Higuera, Caudete, Llano de la Consolación, Hoya de Santa Ana, Los Villares, Pozo Moro, Salobral, Balazote o Cástulo son algunos de los ejemplos más destacados. 

 
 Por otra parte se trata de una zona de tradicional sacralidad, de la que dan buena cuenta las pinturas rupestres y los petroglifos del Monte Arabí, así como una abundancia en el sitio de aguas o sales con poderes salutíferos. 

martes, 15 de diciembre de 2015

HISTORIA DE LA INVESTIGACIÓN Y PRINCIPALES HALLAZGOS


  Como revela la propia toponimia del lugar, que viene conociéndose como “Cerro de los Santos” desde el s. XIV en inequívoca referencia a los restos arqueológicos depositados en el promontorio, nunca fue del todo desconocida para los habitantes de la zona la existencia de restos en el montículo. Sin embargo no fue hasta 1830 cuando, a consecuencia de la tala masiva de árboles, comenzaron a aflorar a la superficie gran cantidad de estatuas y otros restos de carácter arqueológico. En un primer momento dichos restos fueron reutilizados con fines constructivos por los agricultores de la zona. Algo más tarde comenzaron a producirse verdaderas rebuscas que, si bien compartían con las anteriores su rudimentaria metodología, diferían en cuanto a su finalidad, pues ya presentaban un cierto interés histórico o artístico. 

    
  En 1860 se produjo la visita clave de J. D. Aguado y Alarcón, quien realizó las primeras descripciones y dibujos de algunas de las piezas del Cerro y a quien debemos la primera puesta en conocimiento del mismo a los círculos oficiales. El informe que redactó (hoy perdido) así como varios dibujos, fueron enviados a la Academia de Bellas Artes de San Fernando, desde donde se informó a la Real Academia de Historia. Sin embargo los organismos oficiales no intervinieron y las rebuscas continuaron de forma incontrolada durante más de una década, lo que provocó “la dispersión de numerosas piezas y la pérdida de gran cantidad de información sobre el terreno”. 


 A la visita de Aguado le siguieron las numerosas intervenciones de V. Juan y Amat, vecino de Yecla que pasaría a protagonizar bajo el apelativo de “el relojero de Yecla” un turbio capítulo de la arqueología española alternando las rebuscas incontroladas con la falsificación de piezas. Juan y Amat vendió a diversos representantes del Museo Arqueológico Nacional una enorme cantidad de piezas tanto falsificadas como verdaderas (incluso piezas originales intervenidas por él mismo) que le reportaron un notable beneficio económico y que, para la historia del yacimiento, resultaría una mancha difícil de borrar en la credibilidad de los materiales[1]

  Tras la retirada del permiso de excavación a Amat pasaron a ocuparse de los trabajos en el Cerro de los Santos, también en la ladera oeste del promontorio, los hijos del administrador de la finca bajo la supervisión de los PP. Escolapios de Yecla, particularmente del Padre C. Lasalde. Varias comisiones oficiales se trasladaron a Montealegre en aquellos años, más con el fin de adquirir piezas que de emprender campañas arqueológicas. Legaron la única planimetría que tenemos del Cerro (Saviron) así como el trazado de la planta del santuario, cuyas ruinas desaparecieron posteriormente. 

  Posteriores excavaciones en las vertientes norte, este y oeste del promontorio arrojaron a la luz, además de nuevas esculturas, cerámica, armas, elementos de adorno personal, ladrillos romboidales y algunas figurillas de bronce. 

  En 1891 fueron emprendidas nuevas excavaciones esta vez dirigidas por un estudioso extranjero, Engels, quien plasmó sus resultados en Rapport sur une misión archéologique en Espagne (1891). Además de dejar fuera de toda duda la autenticidad de la mayor parte de las esculturas del Cerro, cuestión que había suscitado  un intenso debate, logró identificar al falsario en la persona de Juan y Amat. 

 En la primera mitad del s.XX el yacimiento fue sometido a un abandono del que solo salió a partir de los años sesenta. Cuando en 1910 P. Paris publica sus reportajes arqueológicos sobre España, donde nos habla de un cerro casi totalmente agotado, lo que da buena cuenta de la percepción que se tenía del yacimiento. Solo en 1914 Zuazo y Palacios realizaron, gracias a un permiso de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, nuevas excavaciones de las que poco sabemos.
  Fernández de Avilés retomó la labor en el Cerro a principios de los sesenta con la intención de emprender por fin en la zona unos trabajos que se ajustaran a una metodología realmente científica. En las dos campañas que llevó a cabo, en la ladera norte del montículo y en dos puntos de la Cañada de Yecla, aparecieron restos escultóricos de importancia así como materiales cerámicos y estructuras arquitectónicas. Estas excavaciones proporcionaron por primera vez un marco cronológico a las esculturas de modo que se estableció a partir del estudio de los materiales cerámicos dos fechas como límites inferior y superior de la vida del Santuario: s. IV a.C. y s. IV d.C.

   Los problemas de salud de Fernández de Avilés imposibilitaron la continuidad de las excavaciones de modo que los trabajos quedaron interrumpidos cerca de quince años hasta que Teresa Chapa los retomó en tres campañas sucesivas en 1977, 1979 y 1981. En ellas revisó áreas anteriormente excavadas y exploró la zona sur del yacimiento. Recuperó escasos materiales escultóricos y numerosas piezas cerámicas y metálicas. Lo más destacado de estas excavaciones fue la documentación de un nivel de destrucción in situ, fechado por la autora en un contexto ibérico tardío hacia los siglos II-I a.C.  Tras las campañas de Chapa los trabajos en el yacimiento continuaron paralizados hasta fechas muy recientes; a partir del año 2013 se reanudaron las excavaciones por parte de un equipo de la Universidad de Murcia encabezado por Sebastián F. Ramallo que cuenta con la colaboración del Director del Museo de Caravaca Francisco Brotons Yague y la directora del Museo de Albacete, Rubí Sanz.
  Dicho equipo ha localizado las estructuras del templo romano del s. I que sólo se conocía por el dibujo de unas excavaciones realizadas en el siglo XIX, y que se suponía que había sido destruido poco después de su exhumación. Además está previsto en el marco de este proyecto catalogar todo el material del Cerro de los Santos hallado hasta la fecha y depositarlo en distintas colecciones para ofrecer un instrumento de trabajo efectivo a los investigadores sobre la religión en particular y sobre la cultura ibérica en general.


[1]  Pese a que su nombre es el único que ha trascendido se ha especulado con la posibilidad de que existiera más de un falsificador, lo que explicaría la diversidad de estilos de las esculturas espurias: unas más apegadas al estilo íbero y otras de inspiración egiptizante (que serían las del inventivo Amat). (Ruano, 1987, II, 74)